lunes, 3 de febrero de 2014

El Santo Asesinato.

Mi psicólogo llamó a la puerta solicitando ayuda.

Eres una de las pocas personas que me puede ayudar, insistía luego de apartarme de la puerta con ansiedad, invadiendo la burbuja de paz que poco a poco había creado sin la presencia de Ignacio o Manuela merodeando por los alrededores. Hombre, no sé qué te ha pasado, pero no puedes aparecer a las 3 de la mañana solo porque te asustó un murciélago.

Era un sueño y contó lo siguiente:

Era una tarde de gris, de esas en las que no ves el sol al atardecer sino nubarrones queriendo asustarte con sus relámpagos, coincidiendo con tu poca capacidad para razonar justo cuando se va tu último paciente. Justo en ese momento se me indicaba por medio de un video, que Dios había dejado de existir y que a partir de ese momento empezábamos a ser caníbales debido a la falta de energía en la madre naturaleza para hacer crecer el fruto de la tierra y que, sumado a eso, no engendraríamos hijos, porque obviamente, el poder del todopoderoso se había esfumado ante el alzamiento del propio Satanás, ¿Puedes imaginar mi necesidad de salir corriendo de mi desgraciada pesadilla?

Mientras me contaba con emoción y ansiedad todo aquel espectáculo, yo aún pensaba en la historia de la desaparecida Manuela, posible prófuga de la justicia, quien, iba a terminar buscando la ayuda de Ignacio, siendo este, por más que lo negara, su esclavo hasta que la muerte los separara.

¿Me despiertas para contarme una historia sobre el fin del mundo en versión canibalismo? pregunto con molestia cuando aún no habían pasado 10 minutos y solo estaba pensando en sexo, después de todo, estaba en medio de una gran pausa sentimental, gracias a los altibajos de mi grandiosa vida, vivida a través de un personaje que empiezo a detestar por hacerme perder el tiempo con cuentos sobre dinosaurios.

Necesito tu ayuda, ¡Rayos! No puedes ser tan esquivo conmigo, ¿puedes tomar mi lugar por un momento? Es necesario, sumamente necesario que encuentres valor a esto que te estoy diciendo. Continúa. Ah es que ahora el paciente debe tomar responsabilidades, entiendo, ¿por qué mejor no usas el dinero que me quitas puntualmente para asistir a otro psicólogo que no sea mi cabeza dormida por la hora? 

Pero él no parecía querer parar, sus ojos estaban saliendo de su órbita, su quijada parecía estar dislocada, poco a poco entendía que aquel señor no se merecía mi confianza, ni mi dinero. Lo abracé, él correspondió, aún fuera de sí, pero reaccionó de forma curiosa, un impulso hacía que trazara una línea con sus dedos en mis labios, jadeara cerca de mis mejillas todo mientras se sentaba en mis piernas y movía sus ojos de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, rápidamente, para caer luego con los ojos blancos, poseído por el deseo de su propia pesadilla: comer carne humana.  

Despierto por la mañana, encuentro a mi psicólogo en la cocina, preparaba café, mientras a mi me tenía a las escaleras, ¿Está probando alguna intervención especial doctor? pregunto con normalidad. No, eres mi almuerzo para mañana, responde. ¿Era necesario pasar por un momento tan desagradable para darme cuenta que Ignacio, Manuela y tantos otros pacientes eran solo peones de la sociedad? ¿Estaba lidiando con un demente? ¿El mundo realmente está habitado por seres tan tóxicos y venenosos matando por razones religiosas? Porque, al fin y al cabo, yo era la comida de un caníbal que recién se iniciaba gracias a una revelación divina. Doc, acérquese, quiero tener un momento íntimo con usted, deseo que no rechazó dada a la tranquilidad que estaba en mi voz, muy cercana a la de un Don Juan que le repite a todas sus víctimas: "tu sabes cómo era yo desde el principio, chiquita".

La siguiente escena no es sexual, el nuevo caníbal estaba siendo complaciente con alguien que, a fin de cuentas, seguía siendo uno de sus clientes, a los que probablemente también iba a terminar comiendo para mantener en orden su nueva dieta a base de uñas, lengua, pene y muslos, se me hace agua a la boca pensando en tan suculenta dieta. Estamos de nuevo cerca, yo le había pedido bailar el vals, creo que el Danubio Azul, no sé, había mucho ruido en mi cabeza cuando rocé mis labios con los suyos para mantenerme lo más cercano a él y entonces voltear su cuello lo suficiente como para fracturarlo y luego dividir su cuerpo con un cuchillo de chef, que había comprado hace unos días con la idea de inscribirme en algún curso de cocina.

Fue un sueño, ya me toca trabajar y mi primer paciente sigue siendo Ignacio.


miércoles, 8 de enero de 2014

El Dinosaurio y El Cocodrilo.

Ignacio no es un hombre positivo, no considera que sus escritos estén bien escritos, y a fin de cuentas, tampoco importa.

Del cuaderno de Ignacio: 

Probablemente nunca más sentiré la dicha de conservar tus olores íntimos en mis manos, esas que dicen que les robé a mi abuela a un mes de su muerte, blancas, venosas, hábiles manos que recorrieron tu cuerpo entero por primera vez cuando entendiste que no me importaban tus defectos, tus malos hábitos, tu incorregible naturaleza. Estas mismas manos que te enseñaron a recorrer con tus propias manos tu piel, sin excusas, sin rodeos, para que sintieras lo que yo sentía, para que entendieras lo que me volvía un demonio con solo mirarte, lo que me convertía en un cariñoso amante.

Fui el profesor monstruo, ese que te volvió brillante, el que hizo que tu palabra fuese más allá de un disparate, el que te hizo grande. Testigos afirmaron haber visto un dinosaurio educando a un cocodrilo, de aspecto áspero y pocos amigos, mostrar sus dientes no era una forma educada de contar un chiste. Moldear a mi antojo, eso hice, pero no soy artista, no soy escritor, soy un payaso de mierda que pretende que todos rían del ridículo que hace a diario, del intenso dolor de muelas que provoca, un dolor de culo por meterte un palo de escoba en el orto. 

A estas alturas, una dicotomía entre satisfacción y arrepentimiento se apoderan de mi cuerpo entero, me consume y evito que el río se la lleve, ahogándome entre dichos sinceros, exponiendo mis secretos, mis alucinaciones más verdaderas, oscuras estrategias, ya no con el fin de hacerte grande, sino con el afán de que, cuando ya me mates, no hagas lo mismo que hice yo: dejarte tragar por tu pupilo.


Imagen de origen desconocido