miércoles, 8 de enero de 2014

El Dinosaurio y El Cocodrilo.

Ignacio no es un hombre positivo, no considera que sus escritos estén bien escritos, y a fin de cuentas, tampoco importa.

Del cuaderno de Ignacio: 

Probablemente nunca más sentiré la dicha de conservar tus olores íntimos en mis manos, esas que dicen que les robé a mi abuela a un mes de su muerte, blancas, venosas, hábiles manos que recorrieron tu cuerpo entero por primera vez cuando entendiste que no me importaban tus defectos, tus malos hábitos, tu incorregible naturaleza. Estas mismas manos que te enseñaron a recorrer con tus propias manos tu piel, sin excusas, sin rodeos, para que sintieras lo que yo sentía, para que entendieras lo que me volvía un demonio con solo mirarte, lo que me convertía en un cariñoso amante.

Fui el profesor monstruo, ese que te volvió brillante, el que hizo que tu palabra fuese más allá de un disparate, el que te hizo grande. Testigos afirmaron haber visto un dinosaurio educando a un cocodrilo, de aspecto áspero y pocos amigos, mostrar sus dientes no era una forma educada de contar un chiste. Moldear a mi antojo, eso hice, pero no soy artista, no soy escritor, soy un payaso de mierda que pretende que todos rían del ridículo que hace a diario, del intenso dolor de muelas que provoca, un dolor de culo por meterte un palo de escoba en el orto. 

A estas alturas, una dicotomía entre satisfacción y arrepentimiento se apoderan de mi cuerpo entero, me consume y evito que el río se la lleve, ahogándome entre dichos sinceros, exponiendo mis secretos, mis alucinaciones más verdaderas, oscuras estrategias, ya no con el fin de hacerte grande, sino con el afán de que, cuando ya me mates, no hagas lo mismo que hice yo: dejarte tragar por tu pupilo.


Imagen de origen desconocido

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